Ambos miraban el suelo en esa postura tan propia de la flexibilidad infantil, de cuclillas, en una flexión total de sus rodillas, el culo colgando, dejando caer los brazos por delante, con un útil palito en la mano de cada de uno de ellos.
Tentaban y exploraban las reacciones de un par de insectos colorados, con forma de anacardo pero sin nombre conocido. Acordaron en llamarlos “selmos”.
Allende era la cuarta vez que se pasaba la mano por la cara y la melena morenas intentando secarse el sudor del juego, restregándose también con ello la tierra húmeda pegada a su palma. Marco la miraba con inocente envidia, imitando mentalmente sus gestos, recorriendo con la mano un pelo largo que no tenía, una frente...
…
— El otro día cenando pescado e intentando esconder los guisantes debajo de la piel que no me iba a comer pensaba que quizá echo de menos esa disociación. No lo sé.
— ¿Qué te hace sentir eso? — le devuelve Marco, que ya tiene un dedo acariciando la rugosidad y dureza del cuerpo de uno de los selmos.
— Ya te digo que no lo sé. Creo que las zapatillas se me han quedado pequeñas y cuando intento pensar en cómo me gustaría que fueran las nuevas, siempre acabo pensando en ti. Es un ejemplo.
— … — Marco nota un hormigueo en las sienes hasta el flequillo. Le sube una fiebre infinitesimal mientras traga saliva.
— Sé que es un capricho esto que digo, que no tiene sentido alguno desear volver a ese estado en el que no sabía quién era la voz que me distraía, que en cada momento tomaba el turno de palabra en el interior de mi frente, pero es que de vez en cuando quizá las eche de menos, eran veloces, eran ajenas.
Allende está en realidad nerviosa.
— ¿Te acuerdas cuando te hablaba y no me oías aunque me asegurara de que no tenías nada metido dentro de la oreja? Siempre pensé que había lugares a los que no me llevabas. — musita de nuevo Marco absorto en depositar un selmo sobre el brazo de Allende.
Miquel Barceló - Llagosteria
técnica mixta sobre lienzo - 2020
— Sí me acuerdo. — y cierra los ojos para intentar no mirar al bicho y sólo notar sus patas subiendo por el codo.
…
Es necesario recordar que Marco ese día no había dormido demasiado entre el calor, los mosquitos y la duda de si vería a Allende al día siguiente y qué largura tendría su pelo. Entre otras cosas aquella noche le había dado por escribirse en el pijama de bandas amarillas con un rotulador aquello que quería soñar una vez dormido:
Ojalá un día poder apartarse del mundo para mirar con distancia. Ver a las personas de cerca desde lejos, desde fuera, ver el globo, la galaxia y no dejar
unvacío por retirarse a observar.Un poema en un pijama
Tenía afición por hablar solo. Sus pequeños soliloquios nunca habían resultado del interés de ningún adulto y para evitar darles miedo o, por supuesto, alejarlos, empezó a escribir en las superficies y los tejidos de aquello que sabía que más le pertenecía.
La última vez que había intentado contarle algo sobre este tema a su madre, la cosa empezó así:
— Mamá es que no tengo más que entre la cabeza y la lengua la sensación de que todo en este mundo es complejo y contradictorio por naturaleza, y que el simple hecho de aproximarse así a lo vivo me enseña a mí a vivir. Pero cuando las pronuncio o les doy una forma es como si ambas palabras estuvieran en sí mismas más preocupadas que yo por el propio significado de su existencia.
Imaginaos el éxito que Marco tenía entre sus iguales, en cualquier tipo de grupo infantil donde parte del día a día pasara por el diálogo o el intercambio de palabras. Por más que Marco se esforzara en simplificar al máximo sus mensajes acababa en un alto porcentaje de casos recibiendo de vuelta monosílabos y bisílabos entre los que intentaba inferir algo de cariño aunque sonaran a culo, mierda, feo, pijo o loco. No quiere decir esto que no era capaz de tener amistades sino que, en las que tenía, que de hecho eran muchísimas porque sabía cómo acercarse a los demás, no se sentía del todo comprendido.
El respaldo de la silla de Allende siempre le había resultado el mejor lugar donde escribir un pensamiento.
…
— No sé Alle, yo creo que te quiero como eres. Sé que lo mío, como lo tuyo, solo lo vive cada uno para sí mismo. Pero percibirte siempre ha sido algo que nunca he querido dejar de tener cerca. — Estaban ahora tumbados tripa arriba en posición de cristo en la cruz cada uno con un selmo recorriéndole la cara.
Jean Michel Basquiat - Untitled (Bip)
Óleo sobre tabla - 1961
— ¿Tu crees que viviremos para percibirnos hasta cuando perdamos la memoria? — Allende no sabe cómo decirle a Marco que agradece su compañía y tener un selmo encima del cuerpo, ella nunca lo hubiera hecho sola.
…
Conocer a Allende por aquel entonces era, a imagen de todo el mundo, conocer a una máquina perfecta de dormir donde no se debía y no hacer lo que se le decía ni cuando quería hacerlo. Era la mezcla desordenada del orgullo, del ingenio, del pronto, de la desinhibición senil y sobre todo de una dulce chulería. No era energía física, era química.
Quizá le pasó algo al crecer que la hizo hacerse tantas preguntas. Quizá se volvió desde el interior de sí misma hacia fuera hace poco. Coincidía con Marco en la escritura escondida, en su caso en las caras inferiores de los platos de la vajilla de su casa. Sabía que después de un par de programas de lavavajillas ya no quedaría ni rastro de cualquiera de sus palabras socio-políticamente incorrectas:
A qué tendré yo que temer por ser,
si un día tú y yo dormiremos en cajas o en vasijas,
y todos seremos iguales,
y se nos olvidará la ropa, la palabra y la manera.Poema bajo un plato blanco
Como a cualquiera de nosotros, le costaba ser clara consigo misma. Allende no tenía problemas en hacerse valer, tenía nombre de presidente, pero tampoco los tenía en vomitar los libros de texto para rellenar exámenes en los que por ansiedad propia no podía quedar milímetro blanco libre. Pocas veces ganaba el vacío, pero tampoco nunca la tinta contaba nada que no hubiera sido escrito por otra persona. Allende nunca pensaba en una voz propia, suficiente tenía.
Quizá una vez.
Durante una excursión del colegio fue la afortunada de compartir asiento en el bus de vuelta con un escritor infantil famoso invitado a la excursión. Cuando este intentó abrir conversación con ella con un mal chiste (“Ya puedes decir que has ido en bus con un escritor famoso”), ella sin dejar de ajustarse la altura de los calcetines ni rascarse la costra de la herida de la rodilla le replicó:
—Ya puedes decir que has ido sentado en un bus junto a la voz de una generación.—
Siempre había querido lo que no tenía, ansiado el aprendizaje de lo desconocido y recelado de aquel que hablaba un idioma ininteligible, pero ese día, como si a alguien a caballo por un camino se le aparece su propia imagen que le tira del caballo de un susto y le convierte en santo, tomó consciencia de su lugar, su tamaño y su distancia respecto a los demás.
Quizá no fue tan dramático, pero digamos que en el momento en que Allende y Marco hablan ahora enredando a los selmos, Alle es alguien distinto a quien solía ser y también lo es gracias a Marco, y Marco también es alguien distinto, y también lo es gracias a Allende.
…
— Tanto trabajo para librarnos de ciertas cosas que llevan con nosotros tanto tiempo, para acabar luego deseando que vuelvan, o al menos recuperarlas por un momento. ¿Dónde está el sentido? — Alle sigue mirando al cielo y sus dedos tamborilean sobre su ombligo al ritmo del avance del selmo por su mejilla.
— También te digo… He leído que es normal echar de menos algo con lo que tanto se ha convivido aunque ese algo pudiera suponer una molestia. ¿No te pasa que si te metes el dedo en la nariz para sacarte un moco que llevas un rato notando, luego deseas que haya otro y otro más para poder seguir intentando aliviar esa molestia eternamente? — Marco la mira de reojo mientras le dice esto porque sabe que semejante confesión puede suscitar una cara de asco o desaprobación en Alle.
— Me pasa, pero nunca se lo había reconocido a nadie. — Marco vuelve a respirar.
David Hockney - We two boys together clinging
Óleo sobre tabla - 1961
Alle se ha girado hacia Marco al decir esto y tiende el brazo estirado hacia su cuerpo metiéndole un dedo en la nariz, creando así un puente entre ambos que permite el reencuentro de los selmos sobre los ojos cerrados de Marco.
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Siri Hustvedt - La mujer temblorosa (o la historia de mis nervios)
Seix Barral - 2020
Gracias por ser una de las 3,011x10^23 partículas que forman medio mol.
Nos veremos en domingo.
Estupendos párrafos con las inquietudes de Allende y Marco
Es un gusto inquieto releer los pensamientos entrecruzados de los dos personajes mientras sienten los selmos por su piel